27 mayo, 2018

En el ciclo



Busqué las opciones más realistas, pero ninguna me convencía. Por eso decidí que lo mejor era despertar y seguir con mi vida rutinaria. Me bañé, me vestí y salí a la calle.

Las mismas caras, los mismos sonidos, las mismas calles, los mismos lugares. Llegué a mi destino, el mismo vigilante en la puerta, el mismo saludo y los mismos compañeros de trabajo.

El mismo ritmo por ocho horas. Las mismas teclas que marcaba día tras día para enviar un mensaje que permanecía igual.

Mirar a la misma chica que pasaba por el mismo pasillo. Su misma cabellera, sus mismos ojos, su mismo color de piel, su mismo olor y mi mismo interés por ella.

Luego de ocho horas de trabajo, el mismo recorrido por el que vine pero al revés. Incluso si me esforzaba, reconocía a los mismos individuos con los que me topé cuando iba a la oficina.

Todo parecía un reloj. Todo perfectamente coordinado. Que difícil era vivir dentro de una caja ajustada a un ritmo, unos elementos y a una igualdad perfecta. ¿Cómo sería salir de allí?