El pueblo desierto (IV)
Sentado en la mecedora, esperando mi muerte, pude recordar todo lo que no había vivido.
Frente a mí conocí a toda la prole que nunca tuve. Mis tres hijos me saludaban y sonreían. El varón me hacía señas para que me levantara, quería que lo acompañara a dar una vuelta en su carro nuevo.
Las dos hembras tenían en sus brazos a mis nietos, dos niños chiquitos que me miraban con sorpresa, curiosidad pero con la ternura e inocencia de un infante.
Luego se desvanecieron y pude ver todo a mi alrededor, pero no estaba vacía, tenía todo lo que había soñado. Guitarras, grandes televisores y mi esposa correteando por los espacios.
Intenté levantarme, quería soñar más pero no podía, mi muerte se acercaba.