28 febrero, 2020

Museo infinito


Sí, lo admito, soy un coleccionista de recuerdos de toda clase. Mi mente es como un cementerio infinito donde guardo cosas que no tienen ninguna utilidad, pero que para mí revisten de tal importancia que sin ellas, perdería completamente mi identidad.

Poblar mi mente es más tolerable que mantenerla vacía ¿Qué sería de mí sin esos tesoros escondidos? Cómo podría seguir adelante si borrara mi pasado, porque es verdad, sin pasado no hay futuro.

En esos archivos mentales están mi primer amor, mi primera mascota, esas fotos pervertidas que una vez alguien me envió, el sonido de la canción que me hizo enamorarme de la guitarra, algunas imágenes de mi papá aunque ya solo lo recuerdo estando en sillas de ruedas, flashes de cuando era chico y jugaba a treparme en los árboles.

Pienso que todos somos un cúmulo de recuerdos, acumulando experiencias para luego guardarlas en lugares que más tarde no podemos recordar, pero que si en algún momento salen a flote, pueden hacernos reír, llorar, sentir más vivos o incluso nos generan tantas sensaciones que es como si las estuviéramos viviendo de nuevo.

La vida en todo su esplendor se trata de un museo, un museo infinito donde guardamos lo mejor, lo peor y lo simple de nuestras vivencias para recorrerlas cada día, observando, aprendiendo y sí, para al final, poder subsistir con base a lo que nos mueve y nos mantiene llenos, completos y ausentes del vacío.