24 abril, 2020

Actividad horizontal


La primera vez que la tuve entre mis brazos fue una sensación sin igual. 

Estaba desnuda frente a mí, con la cara de picardía de una mujer cuando se sabe deseada, sus senos de pezones rosados bailaban al ritmo de su respiración y su vientre, un poco abultado, también saltaba cada vez que sus pulmones se llenaban.

La besaba, la lamía, su cuerpo correspondía a mis caricias. Luego ella tomó el control, se puso sobre mí, dominando, moviendo sus caderas, como si fuera la dueña del mundo. Comenzó a besarme justo allí, sentí que me estaba yendo de este mundo, chupaba toda mi esencia.

Y sí, literalmente me estaba comiendo. Todo mi cuerpo se fue derritiendo con el calor de sus labios, mis manos, mis piernas, mi torso, todo se transformó en un líquido viscoso que ella enguyó con ganas. 

Pasé por su garganta, su tráquea, su estómago hasta que llegué a su útero. Allí conseguí sus ovarios, su fuente de la vida. Pensé que ese sería el paraíso, que tendría nueve meses para meditar sobre mi existencia humana y luego salir por su vagina, transformado en un hombre nuevo.

Pero no, allí comenzó mi martirio. Tuve que ser el protagonista de la selección natural. Al parecer ella tenía mucha actividad horizontal, así que desde ese día, por al menos un mes, tuve que luchar para ser el elegido, el dueño de su cuerpo, de su vientre y covertirme en su futuro hijo, o más bien debería decir, darme la oportunidad para nacer otra vez.