26 septiembre, 2018

Medio humano

Manejaba a toda velocidad. La carretera estaba apacible, la brisa de la mañana se colaba entre las ventanillas con un olor a naturaleza indescriptible.


Solo tenía mi mente puesta en la llegada, en ese momento en que pudiera bajarme del carro para saludar a todos los que me esperaban. Viajé así por 10, 20, 100 kilómetros. Estaba enfocado en mi destino, sin embargo, las carreteras siempre tienen giros inesperados.

Me desplazaba tranquilamente escuchando mi música favorita, feliz por el paisaje que me rodeaba. Al fondo solo se veía otro carro que venía en dirección contraria, pero no me preocupaba.

No sé qué pasó, si todo iba tan bien, pero el golpe fue totalmente frontal. Sentí como pedazos de vidrio se incrustaban en mi cara, el dolor me estaba cegando. Mis brazos crujieron como la madera que se rompe, habían recibido la peor parte. Mis piernas quedaron atrapadas entre el asiento y lo que quedaba de tablero.

Por suerte o no, las bolsas de aire me cubrieron en una especie de capullo manteniéndome con vida. Me sentía destrozado. Desperté mucho tiempo después. Luces blancas por todos los lugares, sentía tubos conectados a mi cuerpo y escuchaba a los doctores, aparentemente me había salvado de milagro.

Cuando recuperé la conciencia, me encontraba suspendido en el aire. Mis piernas y brazos habían desaparecido, las fracturas y lesiones las habían convertido en astillas que debieron ser eliminadas para salvarme la vida.

Maldije mi suerte, maldije ese momento en que me monté en el carro para cambiar mi vida. Ahora solo era un medio humano que tendría que vivir para siempre sometido a lo que decidieran los demás.